Cuentan que era y no era un sueño. Un sueño que nació hace algún tiempo de la unión de la ilusión y la imaginación y que fue creciendo, alimentándose de la honestidad, de la entrega, del sacrificio, de la valentía y, a veces, también de osadía. ¡Ah! Y pasión, a este sueño le encantaba atiborrarse de pasión.

¡Pero si no os he contado dónde vino a instalarse nuestro sueño! Para poder cumplirse, los sueños necesitan enraizar en una buena tierra. Un terreno capaz de asombrarse, de observar, de escuchar, de mirar con atención. Un suelo preparado de soportar grandes cambios, fracasos y caídas, pero que vuelve a germinar. Una superficie con experiencia, con conocimientos, con capacidad de aprendizaje. Nuestro sueño llegó para quedarse en la cabeza de dos maestros. Porque para soñar bonito y a lo grande, cuanta más tierra, mejor.

Y llegó el día. Ese día en el que los sueños se hacen mayores y necesitan volar. El nuestro estaba preparado, había sido cuidado y educado en la constancia y el sacrificio. Así que… a desplegar alas. Sin embargo, cumplir los sueños es una tarea pesada, en ocasiones incomprendida y, otras veces, cuestionada. Fueron varios los obstáculos, pero no hay ningún sueño que se haya arrepentido de haber sido cumplido.

Y en este transcurso de tiempo, fue haciendo buenos amigos. El primero en aparecer fue el error. Pobre error, siempre solo, sin amigos, sin nadie ni nada con quien jugar. El error le enseñó al sueño la importancia de desaprender y volver a aprender. Desde ese día, no se olvida que, continuamente, hay que volverlo a intentar, porque siempre acertamos a la última.

Tiempo después llegó la actitud. Dependiendo del día, se la encontraba de una forma o de otra, pero siempre estaba ahí, nunca se perdía una. Qué importante la presencia de la actitud. Y, por último, el más importante de todos, el que más se hizo de querer, la resiliencia. Sin ella, nuestro sueño, jamás se habría cumplido.

No obstante, el material del que están hechos los sueños es frágil. Se debe manejar con atención y con cariño. Y como no podía ser de otra manera, nuestro sueño contó con los mejores cuidadores: la familia pizarrera. Maestros y maestras de compromiso y vocación, que compartían el mismo sueño y luchaban utópicamente por cambiar su realidad.

Con el paso del tiempo, tras los cuidados, los amigos y los obstáculos, el sueño se materializó. Logró llegar a muchos corazones, acompañó a mucha gente a cumplir sus propios sueños, demostró que la vida va de tener ilusiones, de encenderlas, pelearlas y alcanzarlas. Y de este sueño, nacieron muchos otros. Sueños que comienzan a florecer, a los que hay que velar y proteger.

Sueños que hacen de la vida un viaje interesante y excepcional.

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